Materiales para trabajar Fahrenheit 451,
pensar y escribir ...
“Allí donde queman libros, al final, queman personas”
Heinrich Heine
Heinrich Heine
1) LECTURA de los siguientes textos:
Ø
Un artículo de Hinde Pomeraniec del 20 de marzo de 2001 cuando se conmemoraban los
25 años del golpe cívico- militar de 1976 y que se centra en la quema de libros
por parte de los represores del régimen.
http://edant.clarin.com/diario/2001/03/20/p-259396.htm
Ø
Un artículo de Rodrigo Fresán del 24 de
abril de 2008 que reflexiona sobre las pantallas que han invadido nuestra vida
y plantea la pregunta por las nuevas formas de lectura y escritura.
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-102995-2008-04-24.html
Fahrenheit 451
pone en escena los dos problemas que aparecen en estos textos:
1- La censura y la represión que
impiden la libertad de pensamiento y, por lo tanto, de participación social.
2- El uso de las tecnologías: ¿es
el avance tecnológico "malo" en sí mismo o lo bueno o lo malo de las
nuevas herramientas tecnológicas dependerá del uso que les demos los seres
humanos?
20/03/2001
Clarín.com
A 25
AÑOS DEL GOLPE: LOS LIBROS FUERON LOS OTROS DESAPARECIDOS A PARTIR DE 1976
La inútil ceremonia del fuego
La dictadura prohibió cientos de libros Y todavía más:
quemó bibliotecas enteras.
Quien
sintió ese olor alguna vez, no lo olvida. Si alguien vio el poder del fuego
sobre los libros y su capacidad ilimitada para convertir en polvo todos esos
mundos posibles, tampoco. Es inútil intentar establecer cuántos libros
desaparecieron durante la última dictadura víctimas del fuego, porque a las
burocráticas hogueras oficiales habría que sumar otras más pequeñas, íntimas y
dolorosas. A partir del 24 de marzo de 1976, muchísimas bibliotecas perecieron
enteras por decisión de sus dueños: un título, el nombre de un autor o una
portada podían convertirse en un inesperado pasaporte al horror.
De
este período histórico en el que la oscuridad de la razón montó su imperio se
ocupa la muestra "Un golpe a los libros", organizada por la Dirección
General del Libro y Promoción de la Lectura del Gobierno porteño. Desde ayer,
la biblioteca Ricardo Güiraldes —en Talcahuano 1261— aloja una impresionante
exhibición de libros prohibidos, materiales retirados de las bibliotecas,
textos, documentos.
En los años que siguieron al golpe, los libros
protagonizaron un itinerario semejante al de las personas: fueron sospechados,
secuestrados, desaparecidos, asesinados. Una efectiva maquinaria se puso en
marcha para erradicar lo que las autoridades consideraban peligroso.
Los
libros fueron objeto de prohibiciones, secuestros, saqueos, destrucción y
silenciamiento. Como ocurrió con las personas, hubo también salvatajes de
último momento, escondites afortunados al fondo de un armario y exilios.
A las
10 de la mañana del 25 de febrero de 1977, ochenta mil libros fueron quemados
por la Policía provincial en Rosario. Los ejemplares eran de "La
Vigil", una biblioteca popular que llegó a editar más de 90 títulos y que
formaba parte de un ambicioso proyecto que abarcaba escuelas, cooperativas de
crédito y un observatorio.
Por
su composición mayoritariamente obrera, dicen que fue la mayor experiencia de
educación popular que hubo en América latina. Al tiempo que ardían las páginas
de autores como Juan L. Ortiz o Francisco Madariaga, ocho integrantes de la
comisión directiva eran llevados detenidos.
Al
día siguiente, 26 de febrero de 1977, unos 30 mil libros —vaya cifra— se
convirtieron en cenizas después de ser secuestrados en las oficinas de la
Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), en Rivadavia al 1500. La
ceremonia del fuego que terminó con los ensayos que iluminaron a toda una
generación de estudiantes tuvo lugar en el Primer Cuerpo del Ejército, en
Palermo.
Hubo
más. El 30 de agosto de 1980, la Policía Bonaerense quemó un millón y medio de
ejemplares del Centro Editor de América Latina. Fue en Sarandí y los testigos
aseguran que fue una muerte lenta. Los libros del CEAL ardieron durante tres
días: una agonía —o una resistencia— en fascículos, un género que ese sello produjo
como pocos y que alimentó las bibliotecas de un enorme número de argentinos.
Para
los hacedores de libros, para sus autores, editores y correctores, el terror
tenía reservados sus obsequios. El mundo editorial padeció saqueos, amenazas,
prohibiciones y tuvo un enorme número de víctimas. Un reciente relevamiento de
la Sociedad de Escritores Argentinos (SEA) dio como resultado que cerca de 50
escritores fueron muertos o desaparecidos durante la dictadura. Hay emblemas,
claro. Por su lugar en el sistema literario algunos nombres son más recordados
que otros, como Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Héctor Oesterheld y Paco Urondo.
Los
que sobrevivieron no lograron escapar del todo a ese tiempo de canallas.
Escritores y lectores. Los que tenían la palabra prohibida, los que perdieron
sus trabajos, los que podían exhibir sus libros "de la mitad del salón
para allá"; los que dejaron de ser invitados a todas partes, los que
tenían que dibujar excusas para llevar libros en el subte. Los que se juntaban
en casas particulares para resistir en el estudio; los que se arriesgaban
prestando libros prohibidos. Los que dejaron de escribir por miedo; los que,
porfiados, siguieron escribiendo y esculpieron metáforas que fueron
salvoconductos de las ideas.
El
golpe tuvo efectos inmediatos y otros a largo plazo. La cultura argentina
todavía sigue buscando recuperarse.
Página 12. Jueves, 24 de abril de 2008 |CONTRATAPA
Pantallas
UNO
Las pantallas –las grandes y
pequeñas pantallas– en las que ya no se proyectan nuestras vidas porque
nuestras vidas, ahora, cada vez más, son pantallas. De la pantalla venimos y a
la pantalla volveremos. Ser o no ser pantalla, ésa es la cuestión. Y domingos
atrás, en la revista dominical de El País,
leí una buena entrevista a Philip Roth de Jesús Ruiz Montilla donde habla sobre
la extinción y muerte de los lectores de verdad. No encuentro la revista,
encuentro la entrevista en pantalla. Comentarios sueltos: “¿Dónde están los
lectores? Mirando las pantallas de sus ordenadores, las pantallas de
televisión, de los cines, de los DVD. Distraídos por formatos más divertidos.
Las pantallas nos han derrotado”. Y refiriéndose al Kindle –la última
encarnación de libro electrónico–, Roth dice: “No lo he visto todavía, sé que
anda por ahí, pero dudo que reemplace un artefacto como el libro. La clave no
es trasladar libros a pantallas electrónicas. No es eso. No. El problema es que
el hábito de la lectura se ha esfumado. Como si para leer necesitáramos una
antena y la hubieran cortado. No llega la señal. La concentración, la soledad,
la imaginación que requiere el hábito de la lectura. Hemos perdido la guerra.
En veinte años, la lectura será un culto... Será un hobby minoritario. Unos
criarán perros y peces tropicales, otros leerán”
DOS
Leer es mi hobby y escribir es mi
trabajo (o viceversa). Y lo cierto es que a mí todo eso del Kindle –el libro
apantallado al que no se le puede voltear las páginas– no me emociona en absoluto.
De ahí que, romántico, me alegre cuando un libro –cuando el objeto libro, no
importa qué sea o de quién sea– recupera su dimensión decimonónica (“¡Vamos,
corramos a los muelles, que llega la última entrega de Dickens y parece que ha
muerto la pequeña Nell!”) y se convierte en la estrella de la jornada. Pasó
hace unos días, en Barcelona, con el lanzamiento de la nueva novela de Carlos
Ruiz Zafón. Escenografía imponente, cientos de periodistas, gran despliegue
para presentar en sociedad al millón de ejemplares de El juego del ángel. ¿Que si me gustaría mucho más que algo similar
sucediera con una novela de Roth? Sí, claro. Pero algo es algo. Y aquí vienen
los revolucionarios eléctricos preparando sus blogs para denunciar “el mercado”
mientras esperan, expectantes, que “el mercado”, en alguna de sus muchas
encarnaciones, los mencione para, pronto, advertírselo con un link a sus
amiguitos (con los que no demorarán en odiarse a muerte) en las siempre
invernales pantallas de su descontento.
TRES
Lo que no es tan grave, porque otros
usan la pantallita de su celular para filmar cómo le pegan a un discapacitado y
de ahí a colgarlo para alegría y esparcimiento de idiotas. Y el blog –está
claro que no muchos, pero sí demasiados– como cloaca. Llamémoslos bloacas. Y blogudos
a sus subterráneos habitantes. Esos que opinan e insultan e injurian y agreden
–-más o menos anónimamente– sobre todo y a todos. Esos que dinamitan la
intimidad transcribiendo lo que oyen en la mesa de al lado sintiéndose
cronistas cuando en realidad padecen una enfermedad crónica. Esos selectivos
exhibicionistas a larga distancia. Esos que nunca dan la cara descubierta y
ofrecen, en cambio, la máscara y mascarada de la pantalla.
CUATRO
Hombre pequeño habla de espaldas a
una gran pantalla que lo muestra con tamaño de gigante: Berlusconi.
CINCO
Y, de pronto, un recuerdo que me
llega desde lejos, desde mi adolescencia venezolana, donde ser pantalla o
pantallear significaba “Mandarse la parte”.
SEIS
Y cada vez leo más artículos sobre
las enfermedades derivadas de la adicción a las pantallas (los millones de años
que demoró en pararse el homo erectus yendo a dar a un pasivo homo sentadus) y
sobre aquellos que ya no pueden trabajar o pensar sin la ayuda de Google. De
eso habla el italiano Alessandro Baricco en su nuevo libro Los bárbaros: Ensayo sobre la mutación (Anagrama), pero a mí
–que, afortunadamente, nací temprano y recuerdo a la perfección mis formativos
o deformativos años como unplugged profesional– me preocupa más otro tipo de
cuestiones, de pantallas. Y de acuerdo: Buenos Aires ahumada, pero hay cosas
peores. Como la pantalla de la central nuclear de Ascó, a una hora de
Barcelona, que el pasado noviembre informó de una fuga radiactiva. El problema
es que los responsables de leer las pantallas de la central nuclear leyeron
pero no informaron y recién ahora –por presión y cortesía de Greenpeace– la
noticia salió al aire como todas esas partículas radiactivas flotando en el
viento a quien no es lícito pedirle una respuesta. Ahora relevaron al director
de la planta y a varios miembros de su elenco pero, claro, el problema son
todos esos niños y adolescentes que desde fines del año pasado llegaron al
lugar en excursiones educativas para ver (y respirar y ser irradiados por el
conocimiento) cómo funciona (mal) todo el asunto. “Desde que fui siento alergia
a ir a clase”, bromeaba un estudiante de 15 años. Y primero se admitió la fuga,
luego se reconoció que la fuga había sido cien veces más grave de lo admitido
en principio y hoy son muchos los que hoy esperan, nerviosos, que las pantallas
de los televisores informen de una próxima admisión.
SIETE
La madre, nerviosa, ya había
aparecido hace unos años en la pantalla de los televisores diciendo que su hijo
era muy nervioso y que iba a acabar matándola y que “yo muerta y él en la
cárcel y después qué pasa”. Lo que pasó fue que, el pasado martes de 16 de
abril, el hijo le cortó la cabeza a la madre y sacó la cabeza a pasear por el
pueblo de Santomera, Murcia, y todo el tiempo iba por ahí, cabeza en mano,
hablándole, diciéndole: “Ahora estás calladita... te quiero mucho”, y yo lo vi
todo por televisión...
OCHO
... en uno de esos noticieros: ahí
estaba el Papa junto a Bush (¡qué fotogénico que es Benedicto XVI! Parece
alguien más ligado a las religiones de la Tierra Media que a nuestra Tierra de
Cuarta) y un avión se había caído en África y ahí estaban las postales del
siniestro: pedazos de aeronave y alguien había optado por sacar una foto de una
computadora portátil achicharrada. Como si se tratara de una víctima más.
Pronto, se consignarán el número de lap-tops muertas en accidentes y afines,
pienso.
NUEVE
Y me llega uno de esos e-mails
colectivos. Una de esas esporas radiactivas y que, textualmente, transcribo
aquí: “Una cosita importante, ayer una de mis compañeras iba en el tren con
otras cuatro chicas y se les acercó un hombre con acento árabe, y les dijo que
lo del 11-M no es nada con lo que va a ocurrir. Que van a correr ríos de sangre
todavía. Que tuvieran cuidado el 21 de abril en los centros comerciales. Pues
bien, mi compañera cuando llegó a casa fue a la comisaría. Contó lo que había
ocurrido, y describió al hombre éste. Con la descripción y las fotos lo
reconoció y el tío en cuestión es un sirio que está en busca y captura por el
11-M. La policía le dijo que era la primera vez que una persona iba a la
comisaría para contar algo así y que le hubiese ocurrido en primera persona. Le
comentaron que corriese la voz. Es completamente cierto, así que no se te
ocurra ir de compras la semana que viene. ¿De acuerdo? Díselo a todo el que
puedas”.
Escribo todo esto el lunes 21 de
abril, en el café de un centro comercial y vaya uno a saber si faltan segundos
para que alguien presione la tecla DELETE. Mientras tanto y hasta entonces, mi
pantalla me mira y, ganadora, sonríe a la espera de nuevas cositas importantes.
Yo, ahora, la apago –la soplo como a
una vela– y me voy a comprar un libro.
2) PENSAR Y ESCRIBIR
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